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Seres Especiales

  • Foto del escritor: Gisela Barbarosch
    Gisela Barbarosch
  • 9 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

Aquello que no está en los cálculos, nos desorienta, nos cuestiona y nos interpela de manera violenta sobre los misterios de la vida y la muerte.

Cuando murió Cerati, lloré mucho... fue mi ídolo de la adolescencia, y ya con los años, lo seguí admirando por su gran aporte musical, por su talento y porque, en definitiva amo su poesía y su música. Lo lloré y lo sigo llorando también, porque lamento no poder seguir disfrutando de su don y de lo que le quedaba, sin dudas, para seguir dando. Pero no lo pienso desde un sentido egoísta. Me causaba y me causa impotencia saber que un ser tan especial, con un camino por delante, con mucho para crear, transformar y hacer, se trunque. Y esa impotencia, me genera dolor.

En estos días me pasa algo similar. Incluso con las diferencias del caso, en que las circunstancias de la muerte son muy distintas. Con ella me pasa lo mismo. Idéntica sensación.

Pensé muy bien si escribir o no, sobre este tema en particular. Uno tiene que tener mucho respeto por el dolor ajeno. Pero cuando algo se vuelve tan público, es difícil escindirse, mantenerse ajeno y no mirar en todo lo que sucede alrededor de una muerte tan difícil de aceptar. Una muerte tan inexplicable, inentendible, sorpresiva, tan fuera de lugar y de lógica, injusta, si se quiere, por todo lo que le quedaba a esta mujer por delante para vivir y para dar.

Se suman todas las declaraciones que se tejen en los medios y las redes, sobre su persona. Familiares, colegas, pares, que unánimemente hablan de lo mismo: su profesionalidad, su compromiso, su labor humana. En varias declaraciones escuché palabras como: preparada, estudiosa, intelectual, solidaria, colaboradora, apasionada, honesta, familiera, buena madre, divertida. Pero hubo una palabra en particular, que me remontó a un espacio y un tiempo pasados. Esa palabra es magnética y ese espacio es la Facultad de Ciencias Sociales. Ella cursaba la carrera de Comunicación, y cada tanto la veía en los pasillos. Caminaba con aires de tanta seguridad y aplomo. Flaca, alta, con pelo muy corto, hermosa. Jamás nos hablamos, nunca cursé una materia con ella. Pero era imposible no mirarla. Porque eso producía con su sola presencia: magnetismo. Y la capacidad innata de hacer que cualquiera que la mirara cayera hipnotizado. Y quedó en mi memoria guardada, porque la reconocí al instante en que la vi en la tele por primera vez.

Sin dudas, era especial... y no lo digo desde mí, porque la verdad es que no la conocí íntimamente. Y tampoco era su seguidora acérrima. Pero cuando alguien genera todo el amor que estoy viendo, es porque tiene que haber hecho las cosas bastante bien.

Supongo que cada persona tiene en su haber un ramillete de seres

especiales que se fueron temprano. Caminos cortados, de personas sabias, tocadas con la magia. Privilegiadas por su inteligencia y capacidad, tanto intelectual como emocional, que dejaron su huella. Ya sea personajes públicos o no. Yo, tengo de los dos... Incluso, seguramente, muchos dejarían afuera a Débora Perez Volpin, por cuestiones políticas e ideológicas. Porque nuestras heroínas y héroes son construcciones totalmente personales y en sintonía con la propia filosofía y manera única que cada uno tiene de ver el mundo.

Pero, en cualquier caso, la muerte se antepone, y aparece para robarnos de este mundo terrenal a esos seres especiales. Que son cómo ángeles que el universo nos presta por un rato para enseñarnos algo a los mortales comunes que seguimos estudiando y aprendiendo lo que es vivir.

Quiero creer que es por algún motivo y sentido superiores, que no vamos a entender de forma racional, tanto dolor para aquellas personas que son sus mayores amores, y que seguramente, no encuentran consuelo.

Quiero y necesito creer que nos dejan su aura para intentar alumbrar los espacios oscuros de este mundo a veces tan cruel e injusto.

Quiero creer que es para darnos una señal de alarma, como una forma de frenar un poco el vértigo y la individualidad egoísta en la que a veces nos sumergimos.

Nos están tirando la posta.... y nos tenemos que hacer cargo de seguir con el legado que dejan, e intentar cada uno desde su lugar, mejorar algo.

Sin dejar de sonreír. Como lo hacía ella. Sin olvidarnos de abrazar y mostrar nuestros sentimientos a nuestros seres queridos, mientras estamos y estén acá. Porque la vida... puede ser un suspiro.

QEPD


 
 
 

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