Un lugar en el mundo
Y hacia allá emprendí el viaje. Hacia un lugar totalmente desconocido para mí. Y con personas que en su mayoría, tampoco conocía, salvo de verles las caras o compartir alguna reunión, o cruzármelos por el club. Esas personas de las que sabemos sólo el nombre, o que son el, o la amiga de... El destino: Córdoba, La cumbre. Y de ahí en combi a ese lugar en el mundo llamado Macabilandia. Un lugar del que hasta ese momento sabía sólo por los relatos de mis hijas que van allí de campamento todos los años. Un lugar en el medio de la nada, alejados del mundo, con cero conexión tecnológica. Y yo... que ni pensaba ir hasta ese momento, estaba en esa combi que subía por caminos sinuosos de tierra hacia el medio de las montañas. Rumbo a ese lugar al que describían como mágico, en donde las estrellas brillan como en ningún lugar.
Confieso que tenía algunos temores, convivir con gente que apenas conocía, sumado a que tengo poco o nada de experiencias "campamentiles" a lo largo de mi vida. Mis hijas me decían: "mamá, seguro que volvés con algún golpe". Peor aún, me presagiaban algún hueso roto! Pero el objetivo por el que iba, trascendía a el hecho de conocer aquel lugar.
Efectivamente, ese no fue el motivo por el que me encontraba en esa combi con un Dramamine a mano. Todos los que viajaban ese viernes de mayo, iban por un mismo motivo: poner la piedra fundamental a una construcción que se haría para las futuras camadas de chicos. Un proyecto hermoso, que partía de un hecho doloroso. Sí... aunque suene raro. La partida de este mundo el año pasado, de una personita de casi 16 años, el ladrón de sonrisas (manera en que sus amigos empezaron a llamarlo) fue la que motivó a sus padres y su hermana a dejar un legado de amor en su nombre. Construir un espacio para que lo puedan disfrutar las futuras generaciones. Como dicen, ellos: "transformar el dolor en acción".
Y a eso fuimos alrededor de 80 personas, a acompañarlos para comenzar a levantar las paredes de ese lugar. Dos días y dos noches que se poblaron de palabras, abrazos, canciones, risas, caminatas, miradas, lágrimas, todo alrededor de una naturaleza que nos regalaba vistas inmensas, maravillosas, y con historia. La segunda mañana, entre piedras nativas, y cemento, comenzó lo que yo llamo una gesta de amor. Eramos todas esas personas unidas en tiempo y espacio con un objetivo común. Ponerse los guantes, y empezar a darle forma a ese futuro proyecto que ya dejaba de ser futuro, para convertirse con todo el peso de la voluntad de esa familia en salir adelante, en un presente genuino.
Creo que las palabras no alcanzan para describir lo que sucedió. El lugar se cargó de tanta energía, una energía resiliente, esa que es capaz de transformar los momentos de dolor en fuerza motora, esa que toma el dolor y la adversidad como posibilidad para avanzar aunque la herida sea profunda. Y a eso habíamos ido... A colaborar para sanar... y creo que todos sanamos cuando ayudamos a construir. Construir con todo el sentido de la palabra. Construir lazos, afectos, unión...Fui testigo de momentos indescriptibles, y, en lo personal, me traigo conmigo una experiencia de aprendizaje enorme. Los ojos cargados de imágenes conmovedoras, la piel erizada ante la belleza de la naturaleza en su estado puro y la emoción rebalsada ante tanta historia narrada, de palabras valientes y amorosas que a todos nos tocaron las fibras más internas.
Volví, muy cansada, con las piernas doloridas, casi sin dormir, con molestias en la garganta, y a pesar del vaticinio de mis hijas, con todos mis huesos intactos... Pero fundamentalmente, con el alma y el corazón repletos, llenos, de vivencias reparadoras, y enseñanzas que se quedarán en mi conciencia mostrándome que existe un camino posible después del dolor.
Un párrafo aparte para nombrar a esta hermosa familia, que con su calidez, decisión, empuje y voluntad, llevaron adelante esta revolución de manos uniéndose entre las piedras. Ellos permitieron que esos días, yo respirara a través del corazón. Gracias!